Portugal no quiere ser Grecia
El Gobierno de José Sócrates trata de acelerar la salida de la crisis con un duro ajuste
FRANCESC RELEA
"Los portugueses comienzan a estar preocupados sin saber muy bien cuál es la causa de su preocupación. Sabemos que vamos a perder mucha calidad de vida, que habrá que hacer grandes sacrificios, pero no es una experiencia de vida que nos aparezca como tangible". La reflexión es del filósofo y ensayista portugués José Gil, de 70 años, considerado por el semanario francés Le Nouvel Observateur como uno de los 25 grandes pensadores del mundo.
El gasto a crédito ha hecho de Portugal uno de los países más endeudados
A diferencia de España, el ajuste tiene el apoyo de la oposición
"Tenemos miedo, pero no sabemos bien de qué", dice el filósofo José Gil
Los portugueses deberán cambiar su estilo de vida, avisan los expertos
En Oporto y Braga, el rechazo del centralismo está a flor de piel
El norte se queja de que las grandes obras públicas se quedan en Lisboa
Portugal vive una situación peculiar e inquietante. Analistas financieros, inversores y organismos internacionales le señalan como el siguiente de la lista, después de Grecia, si los planes de ajuste no consiguen frenar la crisis en Europa. "Tenemos miedo, pero no sabemos bien de qué", prosigue el filósofo. "La clase media y media-baja no saben en qué consistirá el cambio de vida. Para los pobres, que son muchos, dos millones, no hay futuro. Vienen las vacaciones y la gente intentará alargar el paréntesis. Cuando regresen, encontrarán un panorama bien distinto. Todo será más caro: el pan, la luz, el agua... Todo lo que condiciona nuestra vida aumentará, y mucho. El clima se enrarecerá y las consecuencias serán imprevisibles porque, por primera vez, los portugueses enfrentarán la realidad".
En un recorrido por Lisboa, Oporto y otros lugares de Portugal no se tiene la sensación de que la gente tenga privaciones, ni de que haya 600.000 desempleados (10,6% de la población activa), según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Hay un sistema de subsidios que da de comer a mucha gente, y un buen número de parados se busca la vida a base de chapuzas. El discurso oficial ha repetido durante largo tiempo que la situación mejora. Hasta que se ha producido un giro de registro: ha llegado el momento de cambiar de vida, dicen ahora políticos, economistas y banqueros. "¿Harán caso los ciudadanos de esas advertencias y modificarán su estilo de vida?", se pregunta José Gil.
Las cifras ilustran la dimensión de la crisis y demuestran que los problemas de Portugal se han agravado dramáticamente en la última década. Hace 15 años, la deuda externa representaba el 10,6% de la riqueza nacional producida en un año. Ahora este valor supera el 110% del PIB. El consumo a crédito ha convertido Portugal en una de las naciones más endeudadas del mundo. El déficit público fue del 8% al cierre de 2009, y el crecimiento de la economía ha sido anémico desde el 2000, con un 0,5% previsto para este año. Fernando Ulrich, director ejecutivo del BPI, cuarto banco privado de Portugal, ha advertido de que el volumen de la deuda portuguesa es tan grande que no está claro cómo se podrá financiar el conjunto de la economía del país.
El Gobierno del primer ministro socialista, José Sócrates, ha tratado de calmar la inquietud de los mercados con un plan de ajuste que -a diferencia de España- cuenta con el apoyo de la oposición. Entre otras medidas, habrá una subida generalizada de los impuestos y un recorte drástico del gasto para reducir el déficit público hasta el 7,3% del PIB este año y hasta el 3% fijado por Bruselas en 2013. El IRPF subirá un 1% para los trabajadores con salarios hasta 2.375 euros mensuales, y el 1,5% para quienes estén por encima de ese límite. El IVA registrará un aumento del 1% en todos sus escalones y se impondrá un cargo adicional del 2,5% a las grandes empresas y a la banca. También se introducirán peajes en las autopistas gratuitas.
Como en España, el aumento imparable del paro es el lado más duro de la crisis. La destrucción de empleo se ha dejado sentir con especial saña en la construcción y la industria transformadora (78.000 en un año), pero también en el comercio mayorista, la restauración y las actividades financieras. Los contratos indefinidos siguen en caída libre, en un periodo marcado por el cierre de empresas. Hay 101.000 trabajadores menos en plantilla que hace un año. Entre los cuadros superiores de la Administración pública y dirigentes de empresa ha habido una pérdida de 73.000 empleos. Por regiones, el Algarve (13,6%) y el norte (12,5%) tienen los mayores porcentajes de paro. Lisboa registró el 10,5% el primer trimestre. Pese a la crisis, el último año hubo creación de empleo en algunos sectores, como educación y actividades de salud y apoyo social (66.000 puestos de trabajo), y en profesiones intelectuales y científicas. Las empresas están utilizando los contratos a tiempo parcial, unos 56.000.
Hasta aquí, las cifras. Para el filósofo José Gil, "la crisis financiera, económica, de competitividad y de ánimo social" de Portugal es, en definitiva, "una crisis de alma". Para ser más preciso, "es la necesidad colectiva de una supervivencia que abra perspectivas". "Queremos ideas para transformar este país de manera sostenible, que se cree una dinámica, que no volvamos a tiempos anteriores. Un cambio radical en las perspectivas de vida. Aquí va a cambiar todo, porque el impacto será en todos los órdenes de nuestra vida".
"Los portugueses siempre estamos atrasados 10 años en relación con lo que se hace en el resto de Europa", sostiene José Gil. Desde un ámbito distante de la filosofía,
Rui Moreira, 53 años, cree que "a excepción de Alemania, todos los países europeos están en riesgo". "Aquí estamos ante el peligro de un efecto dominó que puede afectar a Portugal, a España y también a Italia". Moreira es un hombre de empresa,
presidente de la Asociación Comercial de Oporto y voz activa en la defensa de la segunda ciudad de Portugal y primera de la región del Norte. "Aquí está la industria que emplea mano de obra y que exporta. El Norte es una de las regiones más industrializadas de Europa, a pesar de las empresas que han cerrado las puertas", dice en su despacho en Foz do Douro, con una bella vista del Atlántico.
En su opinión, los políticos han sido pillados desprevenidos por el ciclón griego y cada uno trata de afrontarlo como puede. "Todos dicen que no somos Grecia. Lo dice Irlanda, lo dice Portugal, España, Italia. Portugal está en un callejón sin salida, porque en los últimos años la economía portuguesa pasó a depender en gran medida de la economía española". Por consiguiente, si España no crece, difícilmente crecerá Portugal. El problema ibérico, en palabras de Rui Moreira, debería ser motivo suficiente para que los dos vecinos diseñen una estrategia conjunta. "Si el futuro del euro está en riesgo, es muy importante que Portugal y España comiencen a articular cómo sería este mercado que yo llamaría Iberolux, a ejemplo de la antigua Benelux". Esta "Iberolux" es poco menos que una realidad en la esfera económica. La relación bilateral es cada día más intensa a lo largo de la frontera, y "los vínculos entre Galicia y el norte de Portugal se han estrechado mucho en los últimos tiempos".
La radiografía que Rui Moreira hace de su país tiene varios elementos que confluyen en el problema real de Portugal: el crecimiento anémico de los últimos 10 años. La falta de competitividad, la globalización y el crecimiento desproporcionado de las economías orientales, y la apertura de la Unión Europea a los países del Este, provocaron en Portugal y España una drástica caída de la inversión en el tejido industrial, que tardó en hacerse visible porque los instrumentos europeos permitieron durante un tiempo enmascarar la falta de competitividad.
Por si esto fuera poco, la entrada en el euro era muy interesante para Alemania, que tenía un gran superávit, pero para Portugal se transformó en un dilema. "Perdimos un instrumento fundamental para la política de expansión de las exportaciones como es la moneda", señala Moreira. "Hemos acabado por tener una moneda que es excelente para comprar los productos importados, para comprar paquetes de vacaciones, que propicia el gasto privado, pero que no nos ayuda a ser competitivos a la hora de exportar".
La cuestión es qué margen de maniobra tiene una economía como la portuguesa para ganar competitividad industrial y corregir los desequilibrios en el seno de la Unión Europea. "Hay que reequilibrar la balanza", dice sin dudar Rui Moreira, y tomar medidas de ajuste "contra la dictadura del consumo y del consumidor, mirando cómo actúa EE UU". Sin caer en el proteccionismo y sin acatar "la competencia poco ortodoxa" que supone la política agrícola común, que beneficia esencialmente a Francia. "Aquí hay un desajuste. Europa no puede seguir pagando la factura de un proteccionismo agrícola y ser hiperliberal con su industria, so pena de correr el riesgo de quedarse sin industria en un país como Portugal. No creo que España y Portugal puedan convertirse en países de servicios", dice Moreira.
El desafío de la industria portuguesa para ganar competitividad es invertir para estar más cerca de Europa, de los centros de consumo. Lógicamente, el acercamiento pasa por España, vía de tránsito para hacer llegar y comercializar los productos portugueses a Europa. En este escenario, el debate sobre el tren de alta velocidad ibérico sigue abierto, especialmente en lo que se refiere al transporte de mercancías.
Autoeuropa, fabricante de Volkswagen en el parque industrial de Palmela (al sur de Lisboa) y una de las principales empresas de Portugal, ha hecho saber que no está interesada en el uso de la futura red de alta velocidad. Sus directivos se quejan de que nunca fueron consultados sobre el AVE. El asunto no es menor, ya que se trata del mayor exportador portugués, que representa el 1,9% del PIB nacional, y del que depende un universo de pequeñas empresas del sector del automóvil. El año pasado, el valor de sus exportaciones superó los 3.500 millones de euros. "Éste es un buen ejemplo de cómo las inversiones públicas no tienen en cuenta nuestras necesidades competitivas", dice Rui Moreira. De momento, el tramo de alta velocidad Lisboa-Madrid, defendido a capa y espada por los dos Gobiernos, está paralizado por falta de recursos, tras la reciente decisión de la parte española de suspender la construcción.
Sectores empresariales portugueses defienden la conexión ferroviaria entre los dos países ibéricos para el transporte de mercancías, aprovechando la red española. Es un objetivo que tiene varios obstáculos, de entrada el ancho de vía distinto. En lugar de autopistas y de alta velocidad, Moreira propone "la construcción de un gran puerto seco, que podría ser en Aveiro, y que nos conectaría a España y a Europa a través de Burgos y Valladolid", para sacar las mercancías de la carretera y aumentar la competitividad bajando precios. En la cumbre hispano-lusa de Figueira de Foz (2003) se acordó construir la línea Aveiro-Salamanca, y desde entonces nada se ha avanzado.
En el norte de Portugal, el rechazo del centralismo está a flor de piel. Basta mencionar el asunto para despertar los demonios. "Portugal es el país más centralista de la OCDE, más que Francia", "vivimos en un régimen colonial", "tenemos un presidente de la República que es el mayor centralista de Portugal y tenemos un Gobierno extremadamente centralista", son algunos de los comentarios recogidos en la región Norte. La realidad es que en Portugal están prohibidos los partidos regionales, y los diputados elegidos en Oporto, según la Constitución, no representan a los electores de Oporto, sino al electorado nacional.
El sentimiento de discriminación crece día a día en Oporto y Braga, los dos grandes núcleos del Norte, que no tragan que los grandes proyectos de obras públicas -el AVE, el segundo aeropuerto, la plataforma logística- estén todos previstos en Lisboa. La sensación de abandono es muy sensible no sólo en el Norte, sino a lo largo de la frontera con España.
"La economía portuguesa y de la región norte registraron dos recesiones en un periodo de 10 años", explica Carlos Lage, presidente de la Comisión de Coordinación y Desarrollo Regional del Norte, con sede en Oporto. "Los rasgos pesimistas del carácter de los portugueses se acentuaron, y el país vive hoy en un clima de pesimismo generalizado".
La competencia de los países asiáticos y la ampliación del mercado europeo han tenido efectos devastadores en la región. La quiebra de pequeñas y medianas empresas disparó el desempleo en una industria bastante sólida y exportadora -calzado, maderas, textil-, basada en salarios bajos, una productividad pobre y en productos poco diferenciados, pero que absorbía mucha mano de obra.
La ausencia de políticas públicas de apoyo a las pymes, que constituyen el 99% del tejido industrial, ha sido la puntilla. António Marques, presidente de la Asociación Industrial del Minho, se queja de la falta de incentivos a las exportaciones y a la política de ahorro. La crisis ha puesto al descubierto las limitaciones de muchas empresas. Las que no han podido adaptarse han cerrado las puertas, y la región vive un proceso de búsqueda de nuevas áreas de negocio e inversión.
El sector textil es uno de los que lleva la peor parte, con una caída de las exportaciones del 32% en los últimos nueve años. En 2009 quebraron más de 200 empresas, de las que 150 eran textiles. En el distrito de Braga, el desempleo supera el 15%. En Guimarães, otro polo industrial, el paro se disparó. El calzado, en cambio, se ha modernizado y ha sido capaz de mantener capacidad competitiva con sus rivales italiano y español. El sector ha perdido empleo y empresas, pero con la creación de marcas propias consigue exportar 1.200 millones de euros al año. Así es Portugal, un país que combina modernidad y arcaísmo. -